12 julio 2005

Fascinado por el casi.

No sabía qué hacer, así que me he puesto a escribir. Generalmente, son esas pequeñas cosas que a menudo pasan desapercibidas para el resto de la gente las que más nos hacen pensar en nosotros mismos y en el mundo que nos rodea. Y no puedo evitar la idea de que en cierta medida no somos más que seres que trasladan esas cosas de un lugar a otro y de una persona a otra. Pensad en la cantidad de objetos, informaciones y sensaciones que pasan por vuestras manos a lo largo del día y luego acaban en manos de otra persona.

Por ejemplo, los pendientes que llevo ahora, no los compré yo. Fueron un regalo de una persona especial porque ella había cogido unos míos, los cuales acabaron en un lugar desconocido (y seguro que viviendo sus propias aventuras). Ella a su vez, había comprado estos pendientes en algún puesto de venta ambulante a alguien que usó el dinero que recibió por ellos para “trasladar” otro objeto de una persona a otra. Da un poco de vértigo, pero en el fondo es hermoso pensar que todo está relativamente conectado y que, sin embargo, ello proporciona una infinidad de historias totalmente independientes, aunque muy próximas. Es esa fascinación romántica de las cosas que casi se tocan, casi coinciden, casi se cruzan, casi se caen o casi se conocen lo que muchas veces nos hace perder el miedo a lo desconocido y comprobar qué hubiera pasado si esto o aquello se hubiera tocado, hubiera coincidido, si aquello otro hubiese caído o si nos hubiéramos conocido. Vivimos, pasamos, ignoramos muchos “casis” y tomamos otros pocos: elegimos. A veces nos apesadumbramos por que unas elecciones cancelan otras posibilidades y tememos habernos equivocado, pero ésa es la belleza del asunto: siempre queda otra elección para hacer, otra curva en el camino que oculta lo que está por venir pero que a su vez es el camino para llegar a ese futuro. Paradójico, ¿no creéis? Supongo que aunque dé miedo, todo lo que impulse al cambio es inherentemente bueno.

Ahora me encuentro en un momento de mi vida en el que el camino que quiero seguir aparece claro y despejado ante mí, pero insidioso y misterioso como es, en cuanto levanto la vista para mirar al cielo y coger fuerzas, muta, se transforma y, al bajar la vista al suelo de nuevo, encuentro ramificaciones y encrucijadas donde antes no las había. Cada una es una tentación, pero sé que me apartará irremisiblemente de la ruta que elegí tomar con tanta determinación tan sólo un instante antes. Así que en vez de pensar en los caminos que casi tomo o las alternativas que casi pierdo, me concentro en contemplar lo que realmente he alcanzado y lo que definitivamente aspiro a conseguir.

Cuando siendo aún un niño decidí en qué manera iba a conducirme por la vida, pensé que si me mantenía fiel a mí mismo, podría examinar mis actos pasados y sentirme orgulloso de ser como había escogido. ¡Me equivoqué! Bueno, quizá equivocar no sea la palabra más adecuada... digamos que pequé de ingenuo. Lo que no sabía es que una de las lecciones que tenía por aprender es que a veces, la elección que hacemos se reduce a unas pocas alternativas y ninguna es la ideal. Supongo que es como cuando naces y tienes que salir del vientre de tu madre: pierdes algo en el proceso, generalmente algo de ti mismo, algo irrecuperable, pero tienes que afrontarlo. Ese es el camino, es el curso de la vida y estás inmerso en él. No digo que no haya salida y debamos resignarnos (¡eso jamás!) pero afirmo con rotundidad que uno no siempre es la estrella del espectáculo y no siempre es todopoderoso sobre sí mismo ni una voluntad imparable. Como dice la antigua oración, es necesaria sabiduría para reconocer lo que no se puede cambiar y cierta habilidad de auto-conservación para afrontar ese plato de mal gusto con la entereza y la claridad suficientes que permitan salir beneficiado de tal lance.

Es caprichoso el curso de mis pensamientos, así como el mundo en que nos movemos. Las cosas son casi predecibles y sus bases casi estables, pero las personas no son casi amables: son definitivamente hermosas y adorables, en el sentido más estricto del término. Aunque sean sólo una pequeña parte del universo y sólo una de las tantas maravillas ante las que sobrecogerse, son mi escalofrío favorito, mi sobresalto preferido y mi consuelo ante tanto azar y tanto casi. Si sois personas, sabed que aquí hay alguien que necesita de la belleza que supone vuestra mera existencia. Si además sois personas buenas, sonreiréis a menudo y ayudaréis (posiblemente sin daros cuenta y sin querer) a seres oscuros como yo a encontrar la calma en el universo. Si por el contrario os halláis entre aquellos a los que todo parece tenebroso, sólo os diré que abráis los ojos y miréis hacia el interior de los demás y de sus historias: cambiaréis algo de sitio y entraréis en la rueda que casi da sentido a todo lo demás ;)

Buenas noches y Saludos (casi) Peludos,

Diego.

2 Opinaciones:

Anonymous Anónimo dijo...

Opinación de José Enrique:

Opino que bien.

Ojala todo el mundo pensara como tu, por lo menos en la misma medida, habría muchos menos problemas en este mundo y todo iría por mejor camino. No me imagino a Bin Laden divagando tan sabiamente, o a Bush, que al fin y al cabo la misma mierda son.

Un saludo.

11:33 a. m.  
Blogger Didacsoy dijo...

Créeme, tampoco quieres un montón de Dieguitos sueltos por el mundo. De hecho, he recibido más de una generosa oferta de magnates empeñados en tener su propio ejército de raro-pensadores... pero la rechacé: cuando no nací gemelos será por algo ;P

4:16 p. m.  

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