25 mayo 2005

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Bueno, otra noche, otra tontería. Ahora mismo estoy en el curro, porque le he cambiado el turno a mi compañerete Christian. La cosa es que casi es hora de cerrar, pero no podía irme a casa sin escribiros unas letricas.

Hay algo que me viene preocupando de un tiempo a estas partes y por supuesto, son los exámenes. ¿Os habéis dado cuenta de que cuando llega la época de exámenes el mundo se transforma en multitud de aspectos? No sólo el aire huele mejor, la hierba parace más verde y las mujeres son más tentadoras (dos cosas: la primera es darle la bienvenida a mi verdadero yo, ya se le echaba de menos; la segunda es que las mujeres NUNCA han dejado de ser atracativas, sólo que en primavera lo parecen más), si no que además, como por arte de magia, empiezas a retomar aficiones que creías perdidas, los programas de la tele son más interesantes y tu teléfono empieza a sonar de un modo que no ha hecho en todo el puto invierno. ¿Será designio divino que no podamos tener los exámenes en paz?

Probablemente, lo que pasa es que no tenga ganas de pasar por ellos, pero como no estoy acostumbrado a estos arranques de sinceridad y además esta explicación me parece demasiado simple, la vamos a descartar así por que sí y de buenas a primeras en aras de un post mucho más entretenido. Y dicho esto, os voy a contar la historia de porqué los exámenes los ponen en junio y no en noviembre, que es un mes feo como pocos y que invita más bien poco al esparcimiento y el refocilóse.

Todo comenzó un día que iba el mes de Chupiembre por la calle y a punto estuvo de atropellarle una paloma que volaba bajo y sin luces de cruce. Os pondré en antecedentes para que no os extrañéis: el mes de Chupiembre, puede que resulte desconocido para los más jovenes de vosotros (data de aquellos tiempos épicos en los que el año tenía más meses, menos complicaciones y Benidorm no estaba lleno de guiris porque no había), pero era el tradicionalmente escogido para todas las pruebas realizables en el universo conocido (que tampoco era muy grande entonces, pero sí estaba más limpio). Las pruebas de embarazo, se hacían en Chupiembre; las pruebas de sonido, también, así como las pruebas de ADN y las catas de vinos, que aunque se llamen así también son pruebas. La Guardia Civil, los equipos de animadoras y los gorrones son otros de los gremios que hacían pruebas por esas fechas. Por supuesto, todo el mundo académico también celebraba sus pruebas en esta época: tanto los exámenes ordinarios como las pruebas de acceso y por supuesto las pruebas de aguante y paciencia para los becarios. La razón de esto era que Chupiembre era un mes buenazo, y todas las pruebas salían como les interesaban a los interesados, valga la redundicia. De ahí el nombre de Chupiembre, malpensados (esto es un hecho científico, las pruebas de los becarios no tienen nada que ver con el nombre de este mes; que las revisiones de exámenes se hicieran en Culio, es harina de otro costal, empero).

En tal estado de cosas, ocurrió una desgracia: la paloma que el día anterior había estado a punto de atropellar al pobre Chupiembre se transmigró en autobús de línea regular (sí, se ve que podía, yo tampoco me lo explico: las líneas regulares están solicitadísimas) y esta vez, consiguió su objetivo, a pesar de que en el momento sí llevaba las luces de cruce.

Eso era un contratiempo, sobretodo para el pobre finado (mira! otra palabra que tenía ganas de escribir), y para que el orden natural no se viera alterado más de lo necesario, se convocó una cumbre de urgencia entre los otros meses del calendario para arreglar el penoso asunto de las responsabilidades huérfanas de Chupiembre. Así, hubo un acalorado debate sobre quién debería albergar qué acontecimientos y cuáles iban a ser las retribuciones por dichas responsabilidades, que allí, cada vez que pasaba algo, subía el pan. El debate, por supuesto estuvo lleno de salidas de tono y malas formas, de ahí el tradicional lenguaje de otros debates que nosotros gustamos de ingorar como por ejemplo el del estado de la nación o el de investidura del presi. Al final, se armó tal revuelo que los meses decidieron plantearse las cosas en serio y renovarse por dentro. Conclusión: organizaron una especie de Concilio Calendario II y se hartaron de bífidus activos (a los que ya sabéis la manía que les tengo si habéis leido antes mi blog).

Para acortar un poco la historia, os diré que entre otras cosas se instauró una nueva política de nombres y todos los meses se cambiaron el suyo, además, se acordó la norma de no-intromisión en la vida humana (hasta el punto que tal cosa era posible) así como limitar el número de meses activos a doce y que se llamaran con acuerdo a su cargo, ya que era necesario asegurarse de que se contaba con suficientes suplentes para cubrir cualquier imponderable (esto quedó de manifiesto tras la pérdida de varios meses más debido a las "amistosas" negociaciones que tuvieron lugar en el Concilio). Estas y otras decisiones motivaron cambios tan importantes como que Calorio pasara a llamarse Agosto, que Florealio adoptara el nombre de Mayo, mucho más manejable, dónde va a parar, o que el cargo de Febrero se viese limitado a 28 días con posibilidad de renegociación periódica. Esta última medida se hizo necesaria debido a las dudas albergadas por el resto de meses con respecto a la capacidad de Pimplio (el primer Febrero) de gobernar un mes "full size", por razones obvias.

Mención especial le dedicaremos a Culio, que era un mal bicho de mes. Con el cuerpo aún caliente de Chupiembre (sin duda la reacción del mes con el autobús fue exotérmica), Culio insitió en reclamar para sí todas las funciones del difunto (¿difuncionado?) Chupiembre. El consejo no tuvo más remedio que ceder a dichas presiones y le concedió el derecho de que las tradicionales pruebas se celebraran durante su mandato, eso sí, las limitó a las académicas y como condición exigió a Culio que se cambiara el nombre a uno más acorde con su cargo. El pérfido mes estuvo barajando varias posibilidades, entre las que se encontraban lindezas como Faenio, Porsaquelio, o Coñarzo. Finalmente se decidió por Joenio, que el Concilio sabiamente limitó a un más diplomático Junio.

Desde entonces, niños y niñas, tras el estupendo tiempo de Mayo y antes de la promesa de Julio, nos vemos obligados a superar todos los años la mala hierba del sexto mes. En pocas palabras (y creedme que he usado pocas para todo lo que realmente aconteció tras el aciago incidente de la paloma), esta es la historia de porqué en la mejor parte del año tenemos que pringar como pardillos.

Al final, he tenido que acabar esta historia desde casa, que hablando del tiempo se me ha escapado la noción del idem por la puerta.

Os voy a dejar por hoy, que parece que ya se me ha pasado el colocón de Trinaranjus de cebolla que llevaba y me apetece meterme en la cama. Cuidado con las cosas que me hacéis pensar, que como veis no conducen a nada bueno. Cuidaos.

Buenas noches y Saludos Peludos,

Diego.

2 Opinaciones:

Anonymous Anónimo dijo...

Vaya vaya vaya no me puedo creer que el mejor POST que has escrito sólo tenga una con esta dos opinaciones, realmente me ha gustado (soy como un niño), y pronto posiblemente haga uso de él ya te avisaré.

Ahora me voy a estudiar mas tranquilo, sabiendo que Junio (alias Joenio), es símbolo del amado por todos "chupiembre".

Un saludo máquina has conseguido que me meta en la história y me sumerja en ella (soy como un niño).

José Enrique.

Espero que mañana por la mañana mi madre no encuentre un finado sobre mi cama.

Jejejeje dan ganas de escribirla pero no es fácil.

10:01 p. m.  
Blogger Didacsoy dijo...

Me alegro mucho de que te guste :D. A veces se me va la pinza y me da por inventar historias extrañas sobre la marcha... bueno, definitivamente, el champú que uso no es sano!

4:04 p. m.  

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