Después de pasar por una fase de reseteo existencial, por fin vuelvo con vosotros, mi querido público. Para dar rienda suelta a lo que se me pasa por la cabeza y acabar de aguaros la fiesta, hoy toca desvarío.
Estos últimos días me han pasado un par de cosas importantes. Bueno, han sido más, pero dos más que el resto. La primera es que me he distanciado de la vida que conocía (gente, horarios, obligaciones, blogs...) y he vuelto. ¿Sabéis lo que he descubierto? Que no estaba tan mal como había pensado. Me he deshecho de un par de cosas que me estaban incomodando bastante y ahora me encuentro mejor. El volver a reencontrarme con la gente que me quiere, el no buscar a gente que no lo hace (haga) y sobretodo dejar de pensar con miedo me han conducido de vuelta a un redil que ya daba por perdido. Esto me gusta, es bien.
La segunda cosa
wonderfulosa que me ha pasado, es el juego del Go. Ya os hablé de él en algún post anterior (hala, ya sabéis, a releer tocan) y me tiene completamente enganchado. Algunos de vosotros pensaréis que es la neura de este semestre, esa que tradicionalmente se me contagia para renegar de mis obligaciones académicas, pero no. De hecho, es todo lo contrario, y os explico. Casi todas las personas aprenden de las experiencias de dos maneras a la vez. La primera es consciente (recuerdas los pasos para hacer algo, comprendes activamente los principios en los que se basa, etc.); la segunda es más sutil, inconsciente: la sensación que te deja, los instintos que pones en juego, los mecanismos "automatizados" que estimula o que crea y que te hacen una persona única y especial. Pues bien, he descubierto que el Go utiliza los instintos más primarios (supervivencia, defensa, ataque, provocación) pero requiere que se utilicen de manera ordenada: hay un tiempo para vivir y otro para matar, uno para huir y otro para luchar, como dice la canción (que seguro que no era exactamente así, pero ya sabéis cuál es. Si no lo sabéis, es
"Turn, turn, turn" , creo que de los Byrds).
Venía diciendo, que una de las destrezas que primero aprende el novato en el juego del Go es a saber "leer" los momentos. Otra de las lecciones, es que uno puede crear esos momentos para poder potenciar los efectos perseguidos. Lo único que hace falta es paciencia, perseverancia y un puntito de ambición. Hasta ahora suena igual que cualquier otro juego de estrategia medianamente complejo. ¿Por qué, entonces, ha sido tan importante para mí descubrirlo? La respuesta en el siguiente párrafo.
Para responder a la pregunta anteriormente planteada (por favor, volved a leerla -¡Toma bucle infinito! ¡Chúpate esa, profesor de programación!), es crucial que entendáis que uno de mis mayores temores (por no decir el malo final del juego de mis temores) es el miedo al
vértigo. Es un sentimiento que va más allá del miedo a los impuestos o a que venga la suegra un domingo por la tarde, de hecho, ni siquiera es comparable al miedo a encontrarse a la madre de
Tamara. Es más el miedo que tienen los niños a la oscuridad, o los románticos a la soledad más absoluta; de hecho no es miedo, es pavor.
DING DANG DONG Para aquellos que deseen conocer más a fondo la diferencia entre MIEDO y PAVOR, hay dispuesta una degustación gratuita en la 4ª planta. Gracias
DING DANG DONG Lo que yo llamo "miedo al vértigo" (es pavor, pero bueno, eso lo habréis entendido los que hayáis leido el párrafo de arriba), es a que la rueda de la vida me aplaste porque gira tan deprisa que no puedo controlarla. Ya sabéis: estudios - trabajo - novia (hipoteca)- familia - niños - jubilación - muerte - hipoteca. Me acojona sobremanera perderme a mitad de camino o descubrir a la vuelta de un tiempo que he desperdiciado mi vida, que no he hecho lo que quería hacer con el tiempo que me dieron y que además no lo he pasado bien intentándolo. La única salida que veía para no quedar atrapado en ese círculo era no entrar en él, claro que eso llevaba hacia su propia rueda vertiginosa: ser un mantenido - ser un deshauciado - ser pobre - ser un mendigo - soledad - muerte - hipoteca. Como veis, el final es el mismo: uno se agobia ante la disyuntiva: un destino incontrolado y desgraciado, o uno incontrolado, desgraciado y encima putísimo. El miedo a eso que aún no ha pasado (y que probablemente nunca pasará, porque soy demasiado guapo para ello) es lo que me atenaza, porque en cuanto lo pienso, de lo único que tengo ganas es de ser el esclavo sexual de
Shakira o de autodestruirme, y la muy zorra aún no se ha dignado a cogerme el teléfono, así que cada vez queda un poco menos de mí. ¿Qué desencadena esos ataques de vértigo? Pues la falta de tiempo, el no cumplir con los objetivos que uno se propone, la sensación de estancamiento y
self-sabotaje.
Por eso el Go me ha venido tan bien: si en un juego con más de 4000 años, que es tan complejo que tiene un número de posiciones posibles varios órdenes de magnitud mayor que las del ajedrez, y en el que hay más variaciones posibles que átomos en el universo conocido, uno puede controlar el destino de la partida, contrarrestar cualquier ataque o capear cualquier eventualidad eligiendo con cuidado sus movimientos y no teniendo miedo, ¿por qué cojones no iba yo a poder dirigir una vida de apenas unas décadas? Sólo tengo que elegir mi momento, y no parar. Lo importante es saber que hay caminos para arreglar cualquier situación y que, si uno se pone las pilas a tiempo, es capaz de darle la vuelta a la tortilla. Y lo mejor de todo: este sistema de planear, ser audaz pero con un propósito claro, y no bajar la guardia, funciona. Le funcionó a no-se-qué emperador chino hace milenios para educar a un hijo medio tonto y entretener a las mentes más brillantes del mundo (del mundo de entonces, se entiende), que escribieron tratados de estrategia militar basados en él, no me va a funcionar a mí para algo tan tonto como no tener miedo al curso natural de la vida esta que me ha tocado vivir.
Pues lo dicho, amigüit@s, que ahora mi siguiente movimiento será aprobar todos los exámenes que pueda en el próximo mes de junio, y espero hacerlo sin miedo a convertirme en un fracasado... al fin y al cabo ¿cuántos fracasados conocéis capaces de juntar tantas letras sin hablar de otra cosa que de ellos mismos? Pues eso, que yo sólo conozco a seis.
Se me ha cansado la mano y la cabeza: los dedos rápidos sólo duran
"lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks", y los míos ya se han derretido.
Por cierto, que sepáis que he tenido que hacer horas extra en el curro para poder publicar esto. ¡Mi rencor os perseguirá hasta la próxima entrega!
Buenas noches y Saludos Peludos,
Diego.